lunes, 30 de junio de 2014

Llegamos hasta el fin.

Ayer fue uno de esos días en los que te sientes mejor, no recuerdas que hundiste un barco, o que te duelen las manos por tanto aferrarte a la boya para no ahogarte. Uno de esos días en los que la palabra "aceptación" ya no se siente como una patada en las costillas, ya saben, uno de esos días que son simplemente buenos. Te levantas y te sientes bien, confiado de que las cosas mejorarán, no piensas tanto en él -aunque por momentos lo extrañas tanto que no puedes respirar... Pero el día sigue y tu sigues. Tratas de ser feliz y ver las cosas en positivo.

Ayer fue un buen día aunque no pude dormir. Pensaba en la historia constantemente, en el principio, en los chistes, los paseos, aquel domingo ( que fue -como diría en lenguaje coloquial- el real domingo), en todos esos paseos en auto tomados de la mano, los bailes raros al compás de cualquier canción... Todas y cada una de nuestras pequeñas aventuras. Trataba de ver si aún recordaba con detalle tu rostro, tus manías y tu voz. La forma en que sujetabas los cigarros, como me mirabas y me olías el cabello o la forma dulce en que me dabas besos en la mejilla. No, no llore. Al contrario, sonreí todo el rato, son recuerdos felices, cosas que no olvidare.

Hoy, la historia es diferente. Hoy todo duele y pesa. Me levanté pensando en la posibilidad de que me vayas a olvidar, de que yo fuera una más de tu lista de chicas que no quieres recordar. Hoy pensé en las peleas y en todas esas veces que no guarde silencio, que no me fui, que no cedí. Hoy pensé en cada cosa que dijimos y como se volvieron hematomas en nuestros cuerpos. Hoy, hoy recordé las distancias, los silencios y las demás señales que me enseñaban que yo sólita te estaba perdiendo. Hoy me di cuenta que hundí el barco.

Entiendo las decisiones que tomaste y ya no pataleo con la idea de que las cosas nunca volverán a ser como antes (aunque eso duela muchísimo 'mano). No hay (ni jamás habrá) un solo átomo de mi cuerpo que se arrepienta de haber estado contigo, de conocerte, de verte sonreír y de haberte dado todo (quizás no en la forma correcta, pero en fin). Tu y esa camioneta me enseñaron mucho de mi misma y de la forma adecuada de conjugar el verbo amar, y esas cosas, aunque ahora duelan, no se pueden olvidar. Espero seas feliz y tengas una vida linda y que un día no muy lejano pueda gastar casi 3mil pesos para ir a verte a tocar en el teatro nacional o tu nombre salga mencionado en una junta, como el terapeuta de elección donde referir a un paciente, espero- mejor dicho, confió, confió en que tengas  un bellísimo futuro como el que siempre supe que tendrías.

Al final del cuento solo me arrepiento de no haberte abrazado más... Y es que la vida es así, una serie de arrepentimientos chiquitos que se juntan y duelen. Mucho, muchísimo. Supongo que poco a poco, te iré extrañando menos y recordando más como decía Julio, pese a que ahora eso es lo único que puedo pensar. 

Discúlpame por hundir nuestro bote niño de la luna, discúlpame por no saber como remar