lunes, 8 de octubre de 2012

El día que no me afeité las piernas



El día que no me afeité fue un sábado cualquiera, lleno de una emoción vibrante que realmente no me llenaba. Andaba aún con la cabeza grande , culpa del trabajo o la resaca... Quizás culpa de las ganas de besarte en aquella esquina del bar.

Te habías ido a la capital en la mañana, sin despedirte de mi o dejarme una cartita como las otras veces. Supongo que fue mejor así, no quería explicarte porque no me había afeitado las piernas. Esta era mi protesta a puertas cerradas, andar en camiseta larga y no untarme crema corporal.

Ese día  me encontré con un viejo amor, uno de los tantos que ya sólo conozco por los nombres de pila. Era casi como vivir de nuevo aquellos besos robados del anfiteatro, aquellas ganas revueltas en el estómago que los grandes llaman deseo; no te miento si te cuento que incluso, llegue a sentir algo de celos cuando menciono que mi promesa no se había cumplido,- su chica nueva me ganaba en materia de besos- el agregaría que por muy poco, pero no le creería.

Supongo que el día transcurrió normal, yo con mi secreto a cuestas como una rebelde o una contrabandista. Una opositora a la sociedad de piernas lampiñas ... Yo la chica al "natural".


Pero justo aquel día, me raspe la rodilla. La mirada tosca de la enfermera lo dijo todo. Por un momento fui  una abominación y no una mujer, un ente que se negaba a acatar las normas de la sociedad lampiña que ocupaba el trono.  

Sin saberlo, ese sábado  también me toparía con mi madre en el mercado. Quería ver mi rodilla frente a todo el mundo. Notaria que no me he afeitado las piernas y ardería Roma. Preguntaría sí tu y yo estamos bien, porque aún le es difícil mencionar el tema del sexo. Horas más tarde entre la soledad y las copas me preguntaría si eres parte de ese way natural de chicas peludas y demás. Me reí, tal como tu lo harías porque ya conoces el prurito de mi mamá.

Al terminar volvi a casa cansada y arrastrando los pies. Con una rodilla lastimada y algunas páginas que leer. Me quedaría dormida frente al televisor para despertar con tus besos tibios y el olor a café. Te había extrañado tanto que simplemente te bese, mi cuerpo se abalanzo sobre el tuyo que estaba sentado a mis pies. Esa sonrisa picara en tus ojos me avisaban  que tus manos se iban a escabullir por dentro de la piyama.

Un beso, otros dos. 

Cuando de repente, lo dices fuerte y claro... Me amas. Las palabras caen como un balde de agua fría y no puedo hacer más que mirarte en total shock no lo habías verbalizado antes, pero yo ya lo sabía claro esta. Tu expresión cambia porque no entiendes esta pausa. Dije que te amaba -cosa que juro que ya sabías- y me besas más.

"Espera amor,  que tengo una rodilla lastimada." Digo cuando colocas las mano en mi muslo. Me pides verla y es justo en ese instante que lo recuerdo! No me he afeitado las piernas!.

Te miro a la cara y digo, " hoy me querrás así, con mis piernas no afeitadas y sin hacer el amor. Me amaras como en las películas viejas". Pero te paraste y fuiste a la cocina , yo jure que te ibas... Pero no. Volviste con el teléfono y un par de menús de comida para ordenar,  el cabello vuelto un caos y la camiseta estrujada.

No podía estar más sorprendida y lo notaste. " se qué me falta la barba para el look, pero no me diste tiempo." Sonreíste mientras dabas tus argumentos sobre la comida China versus la japonesa... Quien lo diría que justo aquel día en que me negué a afeitarme las piernas o quitarme la piyama me daría cuenta de que, algún día -no muy lejano- me casaría contigo.  Si, contigo El chico que se había dormido viendo una película con una cuchara de helado aún en la mano.