Faltaban pocos días para el fin del mundo, aunque ella no los contaba, procuraba tenerlo pendiente. Era esa atmósfera mística que le ofrecía una excusa para todo; besar a un chico en el bar, comer una barra de chocolate, o incluso, comprar esos zapatos que usaria solo una vez probablemente para vérselos en los pies. Para Alice el fin del mundo no era más que eso, una excusa funcional y muy lógica.
Bajo esa atmósfera y una pequeña llovizna, salió el sol. Se levantó y anduvo por la casa con ganas de un café o quizás un chocolate, o tal vez jugo (la alacena siempre era impredecible a finales del mes). Su compañera de habitación no había llegado a dormir, lo cual era común después de que se consiguió un nuevo novio. Esta vez era un estudiante de término de bioquímica. Algo muy extraño para alguien que estaba haciendo su licenciatura sobre «estudios modernos del arte». Pero así son las cosas de la vida.
Tenia clases en menos de media hora, así que en vez de caminar hacia el café, camino hasta el baño. Tomo una ducha cálida y luego se vistió. En el camino iba pensando sobre las inminentes vacaciones, el hecho de volver a casa... «por alguna razón viene el fin del mundo» dijo casi en voz alta, a sabiendas de que ella no estaba preparada.
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