Alice espero con calma las oleadas de dolor que le abatían una tras otra sin pronunciar palabra alguna. No recordaba cuanto tiempo tenia sentada en aquella incomoda silla de metal, o si en algún momento no había estado sentada en ella, todo lo que podía recordar era el principio de esa conversación que pronto se convertiría en la reprimenda más grande de su vida.
Alice no lloro. Quería hacerlo con todas las fuerzas de su cuerpo pero el orgullo no la dejaba, y escondía tras ese frio e inexpresivo semblante la destrucción de un corazón a machetazos. Ante ella se encontraba su mentor, un hombre de muchas palabras y poco significante, un literario de esos que nunca dan una respuesta directa, cosa en la cual difería de la muy franca Alice. Siempre tenían este problema que enfrentaban hoy, una encolerizada Alice faltaba el respeto demandando a gritos una respuesta concisa y, un muy ofendido Mr. Tres –el mentor- reprochaba.
Alice estaba acostumbrada a estos largos reproches, hasta el punto que los disfrutaba. Le encantaba oír la voz de Mr. Tres a tropezones gritar, ya que su voz era incapaz de sonar agria o hiriente. Alice le prestaba especial atención a los ojos pardos de su mentor, a su mirada intensa y a su forma en que le brillaban los ojos, cosa que solo lograba cuando se molestaba. Por esta razón Alice tenía una hipótesis, dentro de Mr. Tres habitaban 2 personas: El literario pausado y soso; y el rebelde intenso. ¿Los vería juntos fusionados como uno en algún momento de su vida?... no, Alice sabía que él había renunciado a todo sueño bohemio de la juventud, a todo vicio que tuvo durante los años de su revolución [a todos menos a los cigarros, se notaba que fumaba desde joven por la forma ágil en que los tomaba] había renunciado a todo lo que lo mantuvo un día vivo.
Ella era su electroshock. Así que allí esperaría para dar otra descarga, que incendiara los ojos pardos de su tutor y devolviera la vida en su semblante.
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